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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Jennifer McKinlay

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Ladrón de corazones, n.º 5466 - diciembre 2016

Título original: Thick as Thieves

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8776-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Por qué lo haces? —preguntó Cameron Levery balanceando la cabeza en un gesto de frustración—. Es que no lo comprendo.

—Cam, ya te lo he explicado cientos de veces. De verdad que no sé qué más decirte —Cat miró a su hermano sin dejar de hacer el equipaje.

—Catherine, no quería sacar esto a colación, pero no me dejas otra alternativa —se aclaró la garganta para ganar tiempo—. ¿Te vas por Matthew?

Cat se sentó en una silla lanzando un suspiro. Su hermano sólo la llamaba por su nombre completo cuando se sentía especialmente paternal, lo que parecía suceder todo el tiempo últimamente. Notó una gota de sudor que le caía por la espalda y tomó un poco de la limonada helada que había sobre la mesa; mientras, pensó en la pregunta de su hermano.

Matthew Gerard, o el gran cretino, como a ella le gustaba llamarlo, había sido su novio hasta hacía poco. Seis meses después de prometerse, lo había encontrado con los pantalones bajados, literalmente, en el despacho de su contable. Estaba claro que aquella rubia de grandes pechos le llevaba algo más que la contabilidad. Cuando Cat había intentado hablar con él, el muy cretino le había dicho que era aburrida y que la relación estaba ahogándolo.

Al principio había sido un gran golpe para ella porque jamás se había sentido tan rechazada, pero después había comprobado, no sin sorpresa, que la ruptura le había dado una increíble sensación de alivio. Matthew tenía razón. Ella había sido como una lapa, se había aferrado tanto a él y a sus necesidades que no había dejado espacio para ella misma. Y se había vuelto muy aburrida.

Al centrar tanta energía en Matthew, se había alejado de todo lo demás; había perdido el contacto con sus amigos y había abandonado casi todas sus aficiones. Lo único que había permanecido inalterable en su vida había sido su trabajo y su familia.

—¡Hola! —dijo su hermano mientras le pasaba una mano por delante de la cara con la intención de sacarla de su ensimismamiento—. ¿Estás aquí?

—Sí —respondió ella algo aturdida—. Me voy por Matthew, pero también por ti.

—¿Por mí? —repitió Cam confundido.

—Sí. Y por Julia y por mamá y papá… y por todos los que habéis cuidado de mí desde que tengo uso de razón. Tengo veintiséis años y necesito valérmelas por mí misma.

—Ya… pero, marcharte a Arizona… ¿No crees que es un poco exagerado? Si quieres mudarte, ¿por qué no te quedas en Massachusetts, o al menos en esta misma franja horaria?

—Pues porque Sally Jenkins, la profesora con la que voy a hacer el intercambio, vive en Copper Creek, Arizona —respondió Cat sencillamente.

—No me gusta —apuntó Cam frunciendo el ceño—. ¿Qué clase de colegio puede contratar a una profesora a la que ni siquiera ha visto?

—La clase de colegio que tiene todos mis informes y nos ha entrevistado por teléfono a mi directora y a mí.

—¿Pero por qué tienes que ir conduciendo? —siguió Cam con las quejas—. ¿Por qué no puedes ir en avión y hacer que manden tus cosas?

—Porque nunca he salido de Nueva Inglaterra —le explicó Cat por vigésima vez—. Ahora tengo la oportunidad de conocer el país y no puedo desperdiciarla —lo cierto era que estaba empezando a perder la paciencia.

—¿Y no puedes encontrar a alguien que te acompañe? —preguntó Cam desesperado—. Julia y yo hemos estado hablando de que a lo mejor podrías llevarte una amiga.

—Cameron… —le pidió Cat exasperada. A veces su hermano se comportaba como una auténtica madre—. ¿Es que no comprendes que no quiero llevarme a nadie? Necesito demostrarme a mí misma que puedo cuidarme sola. Además, no estaré sola, Lucy estará conmigo.

—¿La perra? Pensé que estábamos hablando en serio. Si intentaran robarte en casa, esa perra le sujetaría la linterna al ladrón —añadió levantando la caja que acababa de cerrar para ponerla junto a las otras—. Catherine, necesitas a alguien que cuide de ti.

—De eso nada —respondió ella intentando no dejarse llevar por las ganas que tenía de taparle la boca con cinta de embalar.

—¿Quieres que te dé una lista de razones?

—No.

—Tú eres demasiado ingenua, demasiado buena y confiada. Y además no tienes sentido de la orientación.

—Eso no es cierto.

—¿Entonces no fuiste tú la que se hizo amiga de un ex convicto y acabó conduciendo el coche de la huida después de que él hubiera atracado una tienda?

—Sólo tenía dieciséis años y aquel tipo parecía un buen hombre. Podría haberle pasado a cualquiera —protestó ella.

—¿Y no fuiste tú la que estuvo perdida durante seis horas cuando fuimos de camping?

—Tenía ocho años y no estaba perdida, había salido por leña y me quedé dando un paseo —volvió a resoplar Cat.

—Tonterías. Tú podrías perderte en tu propio cuarto de baño. Y ahora no se te ocurre otra cosa que atravesar todo el país en coche. Me vas a provocar una úlcera.

—Considéralo un regalo de despedida.

—No tiene gracia.

Cat se quedó mirando unos segundos a su hermano y estuvo a punto de echarse a reír. Tenía los ojos llenos de preocupación, el pelo despeinado y la boca torcida en una mueca de frustración. Era obvio que sabía que no iba a salirse con la suya y ya no sabía qué hacer.

Cat se acercó a él riendo y lo abrazó con fuerza, cosa que no resultaba nada fácil porque tenía el doble de envergadura que ella. Desde el día en que nació, aquel hombre había sido su principal tormento, pero también su mayor protector. Le rompía el corazón separarse de él, pero sabía que era lo que debía hacer en aquel momento.

—¿Te he dicho alguna vez que eres el mejor hermano mayor que podría haber tenido?

—Sí, claro —farfulló abrazándola también—. Y por eso te vas.

—Te quiero mucho, lo sabes, ¿verdad?

—Sí. Yo a ti también te quiero, hermanita —suspiró claudicando.

 

 

Cat examinó su pequeña casa y comprobó con satisfacción que obtendría la aprobación de la limpiadora más exigente. A pesar de la pose de despreocupación que había adoptado con su familia, lo cierto era que estaba completamente aterrada por la idea de marcharse y dejar todo lo que había conocido en su vida. Sin embargo, se había obligado a sí misma a respirar hondo y, con esfuerzo, había descubierto que detrás del terror, había también una estupenda sensación de emoción e impaciencia. Le gustaba pensar que iba a emprender un camino hacia el Oeste, como los antiguos pioneros, y una vez allí se construiría una nueva vida. Aquello era toda una aventura.

Como había tratado de hacer ver a su familia, si los pioneros lo habían conseguido entonces con tan poca infraestructura, ¿cómo no iba a hacerlo ella en una superfurgoneta de alquiler? Aun así, sus padres estaban terriblemente disgustados y había sido muy duro para ellos despedirse de ella después de pasar juntos el fin de semana en su casa de Cape Cod.

Esa noche iba a cenar en casa de Cam y Julia y sabía que sería igualmente difícil. Si se ponía a llorar una vez más, no habría quien la detuviera.

—Vamos, Lucy —llamó a su pequeña caniche negra—. Nos espera otra despedida.

La casa de Cam se encontraba al otro lado de la ciudad; al llegar allí, Cat salió del coche con la perrita en brazos y entró sin llamar siquiera.

—¿Hay alguien en casa? —preguntó mientras recorría el vestíbulo y el salón detrás de Lucy. Al llegar a la cocina, la perrita se abalanzó sobre una loncha de mortadela que alguien le había tirado al suelo—. ¿Qué va a hacer Lucy sin alguien que la malcríe como tú? —bromeó Cat mientras le daba un abrazo a su cuñada.

—Como si tú no la mimaras lo suficiente —respondió Julia con dulzura—. Bueno, mañana es el gran día. ¿Estás preparada?

—Dentro de lo posible —respondió Cat al tiempo que se sentaba en un taburete—. Julia, ¿crees que lo que voy a hacer es lo correcto? —hizo aquella pregunta porque estaba segura de que podía confiar en Julia, que era su amiga además de su cuñada.

—Sí —respondió Julia con los ojos clavados en ella—. Vas a vivir una aventura apasionante y me das mucha envidia. Yo soy muy feliz aquí, pero me habría encantado hacer algo así.

—¿De verdad?

—Sí —repitió al tiempo que removía la ensalada de pasta—. Pero no le digas a tu hermano que te lo he dicho. Los dos vamos a echarte mucho de menos.

—Lo sé —dijo Cat con un nudo en la garganta—. Yo también voy a echaros de menos.

—¿Ha llegado ya? —era la voz de su hermano desde el salón.

—Sí, estoy aquí —respondió ella en lugar de su cuñada y acudió a saludar a Cam con un abrazo—. ¿No pensarías que iba a dejaros plantados?

—No, pero tenía miedo de que te perdieras —bromeó él estrechándola entre sus brazos—. Catherine, quiero que conozcas a alguien.

La llevó hacia el porche, donde Cat vio a un hombre acercándose a ellos desde el jardín. Era alto, ancho de hombros y tenía una presencia que habría llamado la atención de cualquier mujer. La piel oscura y el pelo aclarado por efecto del sol. Cuando aquella mirada azul y descarada se posó en ella, Cat sintió una especie de nerviosismo en el estómago. ¡Era Jared McLean! No había vuelto a verlo desde la boda de Cam y Julia, y de eso hacía ya cinco años. Entonces no habría creído que fuera posible, pero estaba aún más guapo de lo que recordaba. Y como la primera vez que lo vio, acababa de quedársele la mente en blanco y no sabía cómo reaccionar.

Le dio la mano con firmeza y amabilidad al mismo tiempo y ella retiró la suya rápidamente antes de que empezara a sudarle.

—Cat, ¿te acuerdas de mi compañero de habitación de la universidad, Jared? —le preguntó Cam—. ¿Sabías que vive cerca de Copper Creek?

Jared la miró con una sonrisa que era pura malicia y que le provocó a Cat un escalofrío. Aquél era el tipo de hombre sobre el que prevenían las madres a sus hijas, y con mucha razón.

—Me alegro de volver a verte —tenía la voz profunda como un pozo sin fondo, e igualmente peligrosa—. Me he enterado de que vamos a ser vecinos.

Cat se pasó la lengua por los labios antes de contestar para intentar no parecer tan nerviosa como estaba.

—Sí, mañana salgo hacia Arizona.

—¿En serio? Yo me voy dentro de un par de días.

—¿Cómo vas a ir? —le preguntó Cam con voz inocente, demasiado inocente.

—Pues no he planeado nada todavía —respondió Jared.

—A lo mejor podrías irte con Cat —sugirió Cam mirándolos a ambos—. ¿Qué te parece, hermanita?

Cat retiró los ojos de Jared y miró a su hermano.

—Me parece que quiero hablar contigo, Cameron. Ahora mismo.

Cat se soltó del brazo de su hermano y entró en la casa. En cuanto Cam cerró la puerta a su espalda, ella cruzó los brazos sobre el pecho y comenzó el interrogatorio:

—¿Qué es lo que pretendes?

—¿A qué te refieres? —preguntó él haciéndose el sorprendido.

—Cameron, puede que sea ingenua, pero, ¿de verdad piensas que soy tan estúpida? —lo acusó furiosa—. ¿Esperas que me crea que ese amiguito tuyo, que casualmente vive en Arizona, ha venido a tu casa justo la noche antes de que yo me vaya?

—Pues eso es exactamente lo que ha pasado —protestó Cameron—. Jared viene a Nueva Inglaterra todos los veranos huyendo del calor del desierto. Tiene una casita en Maine y siempre viene a visitarnos.

—¿Y cómo es que yo nunca lo había visto durante una de esas «visitas»?

—Porque siempre estabas con Matthew y no tenías tiempo.

—Ah.

—Te lo prometo —aseguró él levantando la mano derecha—. Ha sido una coincidencia.

—¿Y también es una coincidencia que viva cerca de Copper Creek? —miró a su hermano con dureza, no tenía la menor intención de dejarlo escapar tan fácilmente.

—Su familia tiene una casa entre Copper Creek y Phoenix.

—Me resulta muy sospechoso —dijo Cat frunciendo el ceño.

—¿Crees que yo te mentiría?

—¿Bromeas? ¿Acaso no fuiste tú el que me convenció de que podría bajar volando del tejado del garaje si movía los brazos lo bastante rápido? —le recordó Cat.

—Oye, ya te pedí perdón por eso, y te firmé la escayola. Además, eso fue hace veinte años, ¿es que nunca olvidas nada?

—No —respondió firmemente antes de continuar interrogándolo—. Y si es una coincidencia, ¿por qué estás intentando que hagamos juntos el viaje?

—Simplemente me pareció una buena idea —respondió Cameron encogiéndose de hombros—. Pero si no te apetece compartir tu viaje, estoy seguro de que lo entenderá. El hecho de que Jared no suela tener dinero para el billete de avión no es motivo para que lo lleves. No creo que le importe ir haciendo autostop como siempre.

—¿Haciendo autostop? —repitió ella escandalizada.

—Sí, a Jared le encantan ese tipo de aventuras. No como a mí, yo no sería capaz de hacer algo así; montarme en un coche sin saber si el que conduce es un psicópata. No, no podría; pero él es diferente.

Cat se mordió el labio y se quedó pensando en silencio.

 

 

Cameron vio cómo su rostro se llenaba de preocupación. Odiaba tener que mentirle, pero era por su bien. Conocía a su hermana lo bastante como para saber que era incapaz de dejar a alguien abandonado, así que si tenía que mentir para conseguir que adoptara a Jared del mismo modo que había adoptado a aquella perrita, pues sería el precio que debía pagar para asegurarse de que no le ocurría nada.

Jared era el tipo más honesto que había conocido y sabía que podía encomendarle a su hermana con total confianza. De hecho, era el único hombre que conocía al que le pediría algo así.

No era necesario que Cat se enterase de que Jared era tan pobre como la reina de Inglaterra y que solía hacer autostop tan a menudo como ella. Si su hermanita se creía algo así, Dios sabía qué podría hacerla creer un verdadero sinvergüenza.

—Siento haber dudado de ti —dijo Cat después de un rato—. Por supuesto que llevaré a tu amigo a Arizona. Llevo tanto tiempo esperando a valérmelas por mí misma que no creo que una semana más importe.

Cameron sintió una puñalada de culpabilidad, pero decidió no dejarse llevar recordando que estaba haciéndolo por un buen motivo. No estaba bien que una mujer condujera sola por todo el país, sobre todo una mujer que acababa de tragarse toda aquella sarta de mentiras.

 

 

Cat se quedó de pie en el porche, observando el jardín bajo la tenue luz del anochecer. La orquestada sinfonía de los grillos parecía servir de música de fondo para el baile de polillas alrededor de la luz de la farola.

—Me pregunto si Arizona será así —murmuró pensativa.

—En algunos aspectos lo es —respondió Jared desde la silla de jardín en la que estaba sentado, estudiándola detenidamente.

—¡Vaya! —exclamó ella ruborizándose inmediatamente—. Pensé que estaba sola.

Jared la miró a los ojos.

La había visto una vez, en la boda de Cam, pero era obvio que su memoria le había jugado una mala pasada porque entonces le había parecido tranquila y algo extraña; había intentado hablar con ella una vez, pero se había escabullido como un ratoncito asustado. Desde luego ahora no se parecía a un ratón en absoluto.

El pelo desobediente parecía negarse a permanecer bajo el prendedor con el que ella intentaba domarlo y prefería enmarcar su rostro con descontrolados rizos castaños claros, casi dorados. Tenía unos ojos misteriosos, seguramente por su enorme tamaño y porque no había manera de definir su color; no eran verdes, ni azules, ni grises, sino una mezcla caleidoscópica de los tres colores.

Ella lanzó un suspiro que hizo que la mirada de Jared se trasladara a su cuerpo, que recorrió desde las pequeñas aunque curvilíneas proporciones, hasta las delgadas piernas que asomaban debajo de los pantalones cortos. Desde luego tenía muchas más curvas de lo que recordaba.

Tenía rostro de inocente pero cuerpo de diosa, era el tipo de mujer en el que se unían encanto y sensualidad, seguramente sin ella saberlo.

¿Y se suponía que iba a tener que estar una semana encerrado con ella en una furgoneta? Iba a necesitar ayuda divina o aquél sería el viaje más largo de su vida.

Bueno, ya había accedido a hacerlo; aunque bien era cierto que lo había hecho creyendo que se trataba de cuidar a una profesora eficiente y despistada. Estaba claro que Cameron sufría el típico mal del hermano incapaz de darse cuenta de que su hermanita era una mujer increíblemente atractiva. Jared lo comprendía perfectamente porque él también tenía una hermana, pero ésa no era su hermana y la sensación que había provocado dentro de él era cualquier cosa menos fraternal.

Cat se sentó en la silla que había a su lado, pero lo hizo al borde del asiento, como si no creyera que estaba segura a su lado. Chica lista.

—Cam me ha contado que tienes la intención de volver a casa haciendo autostop —empezó a decirle con un ligero tono de reprobación en la voz—. No me parece muy buena idea.

—¿Tu hermano te dijo…? —Jared sacudió la cabeza sin dar crédito a lo que oía. Cameron Levery le debía una después de eso—. Eh… sí, claro.