A mi madre, a mi padre, y a otros buenos amigos

INTRODUCCIÓN

No tengo conocimiento de que exista una historia de México escrita durante el presente siglo en que no se mencionen los Rurales, pero por otra parte no hay libros que vayan más allá de la simple mención de ese famoso cuerpo policiaco, aunque lo citen con palabras cargadas de energía política y de fervor social. ¡Qué admiración sentían los mexicanos por sus rurales, como símbolo nacionalista! ¡Cómo los odiaban, también, por ser esbirros del dictador! Los extranjeros los elogiaban, pero porque generalmente sólo los veían desfilar en uniforme de gala en la Ciudad de México. Los campesinos y proletarios del país, en cambio, los conocían por sus obras de policía rural. ¿Quiénes eran los Rurales? ¿Unos aguerridos jinetes del árido norte, que libraban a la nación de temibles bandidos? ¿O bandoleros convertidos en policías? ¿O terroristas oficiales, que enterraban a sus víctimas hasta el cuello para luego cabalgar al galope sobre sus cabezas?

Según parece, los historiadores han despejado ya algunas de las dudas que envuelven —aunque hayan hecho surgir otras— a la Policía Montada del Canadá, a los Rangers de Texas, a la Gendarmerie francesa o a la Guardia Civil española, pero la policía rural mexicana sigue estando cubierta por un espeso romanticismo que la retórica oficial de la actual revolución del país hace todavía más denso. El presente libro trata de penetrar en este mito, si bien con el conocimiento de que es imposible eliminarlo, y sin ningún deseo de hacerlo. Reuniendo datos e informes dispersos en archivos personales y oficiales, relatos de viajeros, periódicos de la época y el archivo administrativo de esa misma organización, empieza a aparecer un cuadro aparentemente más ordenado. Muchos datos parecen no encontrar lugar, y hay lagunas, pero el presente es un principio de estudio institucional de los Rurales, de sus orígenes y evolución como cuerpo, su administración y actividades cotidianas, sus miembros y la actuación de éstos. Algo se dice del efecto que tuvieron sobre la sociedad mexicana, de sus servicios a la dictadura y su disolución como consecuencia de la revolución de 1910. Quizás haya aquí demasiados datos y una interpretación insuficiente, pero los pioneros dejan sus señales en los árboles, no en los bosques.

Entre las fuentes principales se encuentran más de mil legajos de material muy heterogéneo sobre el cuerpo que nos interesa, conservados en el Archivo General de la Nación de México y alrededor de 30 diarios existentes en la Hemeroteca Nacional, así como ciertos documentos militares de la Secretaría de la Defensa Nacional, algunos personales conservados en la Biblioteca Nacional y en la Colección Latinoamericana de la Universidad de Texas en Austin y decenas de relatos de testigos que ya han sido publicados. Se trata aquí también del pasado de México, desde la independencia hasta la primera Guerra Mundial. En un volumen posterior diremos algo más sobre los Rurales, las características del bandolerismo en México, la relación entre ese cuerpo policiaco y la modernización de que fue objeto el país en el siglo XIX, la estructura de la dictadura que se servía de dicha fuerza y la comparación de ésta con las formas y funciones de otros cuerpos semejantes de aquella época. Pero por el momento sólo trataremos el asunto de la policía rural mexicana.

A mediados del siglo XIX, las condiciones políticas y sociales de México se combinaron para propiciar la creación de los Rurales. Políticamente, se inició un movimiento deliberado hacia la integración nacional y hacia la centralización, y los elementos socialmente disgregantes que habían servido bien a los intereses regionales necesitaban ser incorporados al servicio del gobierno. Así, bandoleros, guerrilleros, patriotas y rebeldes ambiciosos se convirtieron en policías rurales. Pero la estabilización política no se logró de la noche a la mañana, ni tampoco los Rurales se convirtieron inmediatamente en un cuerpo eficiente. Se necesitaron otros 30 años, hasta mediados de la década de 1880, para institucionalizar la política y la policía, y esto sólo se logró porque para las inversiones extranjeras la paz era más deseable que las luchas entre los cabecillas políticos del país. La dictadura que siguió desequilibró algunos factores y equilibró otros, situación que se refleja claramente en la administración y actuación de la fuerza rural de policía. Y por último, se presentó la lucha política intestina, la revolución de 1910, que con el derrumbe económico y la lucha por el botín produjo primeramente el debilitamiento de los Rurales y luego su definitiva disolución.

Me interesé en los Rurales hace aproximadamente 10 años, al participar en un seminario para estudiantes de posgrado dirigido por la doctora Nettie Lee Beenson en la Universidad de Texas. Le agradezco que me haya alentado, y también siento gratitud hacia mis numerosos amigos mexicanos y estadunidenses que con tan buena voluntad me aconsejaron, alentaron y calmaron a lo largo del camino.

PAUL J. VANDERWOOD