Cuando los ingredientes de la pócima del rock and roll se mezclaron, las mujeres ya estaban allí. Lo malo es que cuando se escribió esa historia, nadie se acordó de mencionarlas o apenas les dedicaron unas líneas. Nadie parecía tener interés en tomar nota. Pero estaban, han estado y estarán ahí.

El rock no es sólo cosa de hombres y quién diga lo contrario se equivoca. Las grandes voces del género que han triunfado a lo largo de décadas y décadas así lo atestiguan. La sociedad, para qué negarlo, es tremendamente machista y tiende a escribir su historia con los hombres como protagonistas. Durante décadas se consideró a la mujer como hija, esposa o madre, y todo lo que se saliera de ese papel era rechazado y estigmatizado. Por eso, muchas mujeres que a principios de los años cincuenta decidieron que la música era lo suyo y además que el rock and roll era su vida, tuvieron que luchar contra los estereotipos y los prejuicios. Incluso antes de que esos estereotipos existieran. ¿Quién decidió que el rock era cosa de hombres? Ellas no, desde luego y con su música demostraron todo lo contrario.

Desde el blues, el R&B, el country o el gospel se fueron conjuntando los sonidos que crearían el rock tal y como lo conocemos en nuestros días. Esos fueron los primeros balbuceos del rock antes del rock. Las primeras mujeres que se atrevieron a subirse a un escenario para dedicarse en cuerpo y alma a ese género, crecieron cantando en el coro de sus iglesias. Pero ese cantarle a Dios se les quedó pequeño y buscaron su propio camino. Les esperaban el blues, el R&B y el gospel. Se fueron de casa y se lanzaron a la carretera. Mujeres como Lavern Baker o Ruth Brown son buenos ejemplos de esas artistas que cambiaron el camino del señor por el de la música. Cantar en antros de mala muerte y clubs nocturnos no era demasiado respetable. Y mientras las mujeres blancas se tenían que quedar encerradas en casa cuidando de sus familias, ellas se atrevían a empuñar guitarras como Sister Rosetta Tharpe y cantar la música del diablo como Big Mama Thornton. En aquellos primeros años tuvieron que luchar contra muchos estereotipos y prejuicios, pero, ¿acaso no siguen haciéndolo hoy en día?

Durante aquellos primeros años nacieron grandes canciones, que fueron verdaderos éxitos en las manos de sus compañeros blancos. Aunque el rock and roll era visto como la música del diablo, las discográficas no querían perder el empujón de ventas que suponía, por eso no dudaron en aprovechar sus canciones cantadas (eso si, por voces blancas). Algunas con más suerte que otras, pero siempre dejando de lado a las grandes voces negras que en realidad las popularizaron. Casos como Big Mama Thornton son un buen ejemplo. Ella fue una de las pioneras del rock antes del rock. La primera en popularizar el “Hound Dog” antes de que Elvis se hiciera con ella y se convirtiera en leyenda. Lo mismo le pasaba a los hombres, Chuck Berry por ejemplo. Las raíces del rock and roll también bebieron del blues o del jazz, de voces como Bessie Smith, Memphis Minnie o Billie Holiday. No hay cantante de rock que se precie que no la cite como referente imprescindible. Sin ellas, la historia del género no sería la misma. En aquellos años el rock comenzaba a gestarse.

El rock and roll era un género fogoso y sexual, algo que en la década de los cincuenta era impensable que una mujer pudiese representar. Incluso los hombres como Elvis sufrían la censura. En televisión, las caderas del Rey no podían aparecer en pantalla. Demasiado pecaminoso. Si ya era difícil que se aceptase en un hombre, en una mujer era imposible. Pero en aquellos años en los que la sociedad era tan sumamente puritana, surgieron algunas de las voces más rebeldes que ha dado el rock. Y lo hicieron desde el country, uno de los géneros más anquilosados, tradicionalistas y machistas. Wanda Jackson se erigió como una de las grandes cantantes del rockabilly. Se subía a los escenarios como un volcán explosivo y su voz rasgada hacía historia. Mientras desde el R&B, Ruth Brown levantaba el sello Atlantic a golpe de hit y se convertía en una de las primeras cantantes de rock and roll que acumulaba éxito tras éxito en las listas. Lástima que les escatimaran los beneficios que los sellos se llevaban gracias a sus canciones. Muchas de aquellas mujeres tuvieron que luchar no sólo por ser respetadas como cantantes, también por no ser discriminadas por su raza o su sexo. Brown fue una de aquellas mujeres que no se dejó amilanar y se enfrentó años después a su compañía por sus derechos. Ganó.

A principios de los sesenta los grupos femeninos arrasaban en las listas. En aquella época, las mujeres no tenían papeles preeminentes como compositoras y no solían cantar sus propias composiciones. La excepción era Carole King que componía junto a su marido Gerry Goffin, pero en aquella época King aún no se había atrevido a dar el paso como cantante. O Ellie Greenwich, otra de las compositoras surgidas del famoso Brill Building que escribía canciones para The Ronettes o The Crystals. Aunque la mayoría de compositores eran hombres y las pocas mujeres que había solían componer en pareja con sus maridos. De la factoría del Brill Building surgieron algunos de los grandes éxitos de grupos femeninos como The Shangri-Las o The Shirelles. Phil Spector y sus Ronettes aterrizaban en escena y empezaban los años dorados de la Motown con The Supremes y Martha & The Vandellas. Eran todos grupos dirigidos por hombres, productores, dueños de discográficas o compositores que daban voz a mujeres. En aquellos años, pocas de ellas, por no decir casi ninguna, podían cantar lo que sentían, sino que otros escribían sus anhelos y sentimientos, principalmente hombres.

La de los sesenta fue una de las décadas más prolíficas y el inicio de muchos cambios. Los grupos de chicas, como he mencionado, eran dirigidos en su mayoría por hombres que les decían hasta qué tenían que decir, cómo vestirse o cómo actuar. Las cosas empezaron a cambiar. Aquellas mujeres perfectas y conjuntadas que cantaban melodías preciosistas daban paso a mujeres temperamentales que querían escribir su propio camino. Mujeres como Tina Turner, un desatado volcán sobre el escenario. La moral temblaba cuando Tina movía las caderas. Por fin, las mujeres podían mostrar el fuego que llevaban dentro y el rock era el medio perfecto para hacerlo.

Aquellos años también vieron como del folk aparecían las primeras cantautoras, mujeres que no sólo cantaban sus canciones sino que se atrevían a escribirlas. Escuchábamos por fin temas escritos desde el punto de vista femenino. Mujeres que usaban su música para concienciar y remover a las masas, como Joan Baez. U otras que experimentaban con las melodías y las letras como Joni Mitchell. Voces como la de Aretha Franklin rompían barreras de género. Nacían verdaderas leyendas.

Mientras tanto, la música se desataba y el rock explotaba. A finales de los setenta, San Francisco era un crisol de paz, amor y psicodelia. Llegaba el verano del amor. Eran los años de las grandes voces de rock psicodélico como Grace Slick, de Jefferson Airplane. Pero también del gran descubrimiento, Janis Joplin. Hubo un antes y un después de Janis en la historia del rock. Las mujeres empezaban a liderar sus propias bandas. Tenían poderosas presencias escénicas y se desataban en directo. Decidían lo que querían cantar, cómo cantarlo y con quién cantarlo. Ya no eran meras comparsas. Tenían personalidad propia, carisma, carácter y no tenían miedo de mostrar su sexualidad. La liberación había llegado. ¿Para quedarse? El verano del amor se acabó pronto y lo hizo en decepción. La muerte de Janis dejó al rock huérfano.

En Nueva York la Velvet Underground nos descubría que otro tipo de mujer también era posible. La frialdad y la oscuridad de Nico y la andrógina Moe Tucker se conjugaban en el primer álbum de la banda. El famoso disco del plátano obra de Andy Warhol. El arte y el rock cruzaban su camino: Nueva York siempre fue a otro ritmo. Mientras, en Inglaterra Sandy Denny revolucionaba el folk rock junto a Fairport Convention. Cada mujer encontraba su camino, distinto y único. Por fin, la homogeneidad de los grupos de chicas, todas perfectas e idénticas, con los mismos peinados, los mismos vestidos y las mismas canciones, daba paso a mujeres tan diferentes como Laura Nyro o Cass Elliott. La individualidad de sus personas por encima del grupo. Las mujeres habían conseguido meter un pie en el mundo del rock, dominado por los hombres, y lo habían hecho con paso firme y decidido, reclamando su sitio como iguales. Aunque tuvieran que sufrir ser vilipendiadas, como le pasó a Yoko Ono. Aún hoy se la sigue acusando de acabar con los Beatles, pero Ono ya era una artista de vanguardia mucho antes de conocer a Lennon.

Con los setenta llegó la rabia y la revolución. El punk se desató. Una nueva forma de expresarse había nacido. La música se endurecía y las mujeres que se subían a escenarios como el del CBGB tenían actitud a raudales. Patti Smith fue la madre de todas ellas. La mujer que hizo del punk su voz y de la poesía su letra. En Nueva York, Horses se desbocaba mientras la llama del punk prendía mecha. Las mujeres sobre el escenario podían ser agresivas, gritar sobre sexo, dolor, penas y amor. En Inglaterra, mientras tanto, Poly Styrene hacía lo propio con sus X-Ray Spex y su disco Germ Free Adolescents: la rabia adolescente había encontrado su voz. La que cantaba sin miedo y reclamaba lo que era suyo. Mientras, The Slits reinvindicaban los primeros momentos del hazlo tú misma. Las mujeres más jóvenes tomaban la delantera y se atrevían a escupir y revolucionar la música. Tras la libertad de los sesenta, llegó la depresión de los setenta. La difícil situación que los jóvenes vivían, ese “No future” de los Sex Pistols lo resumía todo bastante bien, hacía que no tuvieran nada que perder. No les quedaba otra que revelarse.

También fue el comienzo del hard rock. Fueron cantantes como Suzy Quatro o grupos como The Runaways los que abrieron el camino a las mujeres en el rock duro. Fue difícil, sufrieron las burlas y chascarrillos de la prensa, la industria e incluso del público. Una mujer vestida de cuero y empuñando una guitarra eléctrica era demasiado para aquella sociedad puritana. ¿Dónde quedaba la liberación de los 60? Mientras un hombre podía subirse a un escenario embutido en cuero sin problemas, una mujer seguía sufriendo los mismos prejuicios que hacía 30 años. ¿Querían acaso que se quedaran en casa cuidando a sus hijos y sus maridos? La historia se repetía a lo largo de las décadas.

A finales de los setenta, la New Wave oscureció las letras y el sonido del punk. Grupos como Siouxie and The Banshees pasaron del punk de sus inicios a este nuevo género y consiguieron convertirse en la primera de estas formaciones en tener una larga carrera. El mismo camino siguió la magnética Debbie Harry con sus Blondie. Del punk pasaron al disco y los éxitos de masas. Las primeras estrellas de la música surgidas del punk se convertían en leyendas vivas. Años más tarde en Nueva York, la No Wave se revelaría contra aquella nueva ola que acabó apopándose. Música experimental, abstracta, dura. Ruido sonoro. Otra revolución musical que derivaría en el noise rock y el indie rock. Pero aún faltarían unos años para eso.

Los ochenta tenían aún mucho que ofrecer. Fue la era dorada del pop y la música comercial arrasaba. El pop se fusionaba con el rock y la música de Annie Lennox con Eurythmics o Chrissie Hynde con Pretenders copaban las listas. De la rabia adolescente del punk surgió el punk rock y desde Los Ángeles, mujeres como Exene Cervenka tomaron el relevo de las primeras rebeldes. Lydia Lunch se convertía en figura de culto gracias a Teenage Jesus & The Jerks y su primer disco en solitario, Queen of Siam. Eran mujeres descarnadas que no dudaban en desgarrarse en el escenario y en sus letras. Duras y curtidas en los directos. Fueron a la zaga de Patti Smith. En aquellos años también empezó a florecer el spoken word que tanto Lunch como Cervenka aprovecharon para llevar su poesía a otros niveles. Pero el rock más clásico no desaparecía y mujeres como Joan Jett se reinventaban con la publicación de su debut Bad Reputation. Atrás quedaban sus años como Runaway, de los que intentó alejarse todo lo que pudo. Lo consiguió con éxito. Siguiendo su propio camino y creando su propio sello. Las mujeres tomaban la rienda de sus carreras.

Pero los llamados malditos ochentas fueron también el principio del art-rock y la experimentación sonora más radical. Kate Bush empezaría su camino hacía la leyenda de culto con la originalidad y la individualidad como estandartes creando sus propios mundos líricos. Surgieron nuevas voces cercanas al arte que aprendieron a expresar sus ideas también a través de la música. Laurie Anderson creaba sus primeras composiciones y publicaba Big Science. Pero también se conjuraban los inicios del noise rock y el rock alternativo de Sonic Youth con Kim Gordon, de Band of Susans o grupos como Throwing Muses, liderado por Kristin Hersh. Grupos que se atrevían a experimentar.

El rock expandía sus sonoridades y no tenía miedo a crear un ruido ensordecedor. Noise rock, no wave, post-punk, indie rock. Las etiquetas se multiplicaban. El rock independiente que explotaría en los noventa estaba en camino. Los grupos nacían y crecían fuera de las grandes discográficas, se creaban sellos independientes, emisoras independientes, se montaban giras como se podía, florecían los fanzines, las listas de correos para fans, las escenas crecían a parte y sin pretensiones. Sin prisa, pero sin pausa, hasta que las grandes majors vieron el filón y empezaron a querer su parte del pastel. Pero fuera de aquel mundo en el que el pop invadía las ondas, toda una nueva generación de mujeres rockeras abrazaban el indie para expresarse.

La década de los noventa también fue la del feminismo del movimiento riot grrrl. Las chicas cantaban con un grito desgarrado, tocaban guitarras afiladas y escribían letras duras sobre sus miedos y frustraciones. Bandas como Bikini Kill, L7, Babes in Toyland o Sleater-Kinney revolucionaban la música en aquellos días. ¿Por qué hacerlo como ellos si podemos hacerlo como nosotras queramos? Con la misma garra, la misma pasión y la misma potencia sonora pero a nuestra manera. Resistencia agresiva y grito por la libertad de ser una misma y expresarte como tal. Mientras, Sarah McLahlan, harta del machismo imperante en la industria, creaba su famoso Lilith Fair, un cartel exclusivo de mujeres artistas. Nadie apostó por ella. Todos creyeron que sería un fracaso, desde promotores a dueños de salas, mánagers o medios de comunicación, pero no fue así. Había un público que quería ver un cartel exclusivo de mujeres y no era sólo femenino.

Mientras el grunge y la música alternativa invadieron las ondas de medio mundo gracias a la explosión del Nevermind de Nirvana, otras mujeres también buscaban su propio camino. Y lo hacían renovándose en cada encarnación como Björk, adoptando diferentes voces femeninas como Tori Amos, dando voz a los que no la tienen como Diamanda Galás o huyendo de las etiquetas y reafirmando su individualidad como PJ Harvey.

En la variedad está el gusto y las mujeres rockeras abrazaban la fusión de géneros, escuchábamos country-rock, americana, blues rock... Los noventa parecieron un crisol de sonoridades en el que podíamos escuchar al mismo tiempo la rabia desatada de las L7 de Donita Sparks o el punk desaforado de Sleater-Kinney, junto a la poesía americana de Lucinda Williams, el folk rock comprometido de Ani DiFranco, el rock alternativo de The Breeders o el rock comercial de Alanis Morissette o Sheryl Crow.

El nuevo milenio llegó acompañado de las nuevas tecnologías. La industria musical cambiaba a marchas forzadas y la gente ya no escuchaba discos de la misma manera. Las redes sociales y las plataformas de streaming han cambiado la forma en la que el público disfruta de la música y se relaciona con las personas que la crean. Artistas como Amanda Palmer supieron canalizar acertadamente esa nueva forma de contactar con su público directamente. Fuera intermediarios. El artista se comunica con su público de tú a tú.

Cada vez es más fácil acceder a nueva música, descubrir nuevas cantantes, nuevos grupos, escuchar nuevas canciones. La historia de la música ha dado un nuevo vuelco. Hace ya unas cuantas décadas desde que apareció el rock. ¿Ha sabido la sociedad adaptarse? ¿Están las mujeres representadas como se merecen? ¿Es el rock aún sólo cosa de hombres? Muchas preguntas que no sabe contestar una sociedad que marcha en lo tecnológico a la velocidad de la luz pero en igualdad a paso de tortuga.

Aún así, la mecha del rock sigue encendida y muchas mujeres eligen ese camino para expresarse. Quizás ya no surgen grandes figuras como Janis Joplin, capaces de revolucionar la historia de la música y convertirse en leyendas, pero de la cantera de nuevas rockeras siguen saliendo verdaderas piedras preciosas. Démosles tiempo. Nuevas voces como las de Scout Niblett, Savages o Lydia Loveless cantan el futuro del rock. Muchas otras vendrán, aún no sabemos lo que nos deparará el futuro, pero no hay duda de que aquella poción mágica que creó el rock and roll sigue funcionando y todas las mujeres de este libro son buena prueba de ello.

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Tori Amos

El piano sincero y brutal del rock

22 de agosto de 1963

Newton, Carolina del Norte

Recuperar el piano como instrumento para el rock es solo uno de los méritos de Tori Amos. Otro son sus composiciones, orquestaciones barrocas que han sabido combinar la maestría del piano y un acercamiento a la música totalmente diferente tanto lírica como sonoramente. Canciones intimistas, sinceras y desgarradoras, junto a una música innovadora y sin miedo a experimentar, hacen de la cantante todo un referente y un icono. Narra historias siempre desde la perspectiva femenina, la suya propia o la de las muchas mujeres en las que se ha encarnado para cantar sus composiciones. Sexualidad descarnada, emociones a flor de piel, culpabilidad y religión, entremezclados en una lucha eterna entre hombre y mujer, han bañado siempre sus canciones.

Myra Ellen Amos fue una niña prodigio que nació con la música en sus venas y una fuerte personalidad. Con dos años ya tocaba el piano, a los cuatro componía y con cinco empezó a estudiar piano clásico en el prestigioso conservatorio Peabody tras ganar una beca. Aunque a los 11 años se la retiraron porque insistía tozudamente en tocar sus propias composiciones en los exámenes. Pronto se hizo habitual de los clubs de Washington. Tenía un objetivo y no lo iba a abandonar por el encorsetamiento académico.

En 1984 decidió mudarse a L.A. a la búsqueda de contrato discográfico. Por aquel entonces, ya se había transformado en Tori Amos. En 1987 firmó con Atlantic Records y formó el grupo de metal Y Kant Tori Read. Sólo lanzaron un disco con muy poco éxito y terribles críticas. No era su camino. El fracaso forjó muchas de las canciones de su álbum de debut en solitario, Little Earthquakes. Emprendió un camino totalmente diferente, más descarnado y brutal. Era un disco tremendamente personal y doloroso. En el single “Me and a Gun”, narraba la violación que había sufrido. En sus letras, Amos se desnudaba por completo. Sus experiencias marcaron el despegue de su carrera.

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Tori Amos se mudó a Inglaterra con el apoyo de su sello para tocar en pequeñas salas de conciertos y clubs. Su éxito creció poco a poco, sin prisa pero sin pausa, y a finales de 1992 era disco de oro en el país inglés y un año después en EEUU. En 1994 llegó su segundo trabajo. En Under the Pink cuestionaba la autoridad como figura masculina en canciones como “God” o la traición más dolorosa, la de una amiga, en “Cornflake Girl”. También co-fundaba RAINN (Rape, Abuse and Incest National Network) para ayudar a las víctimas de abuso y violaciones. No quería que otras mujeres sufrieran lo que ella había pasado y si era así, quería que tuvieran todo el apoyo que necesitasen.

En 1996 publicó Boys for Pele, uno de sus trabajos menos accesibles y más experimentales aunque igualmente exitoso. La extenuación causada por una gira mundial la obligó a retirarse brevemente, centrándose en su vida personal. En 1988 se casó con Mark Hawley, el ingeniero de sonido de su siguiente disco From the Choirgirl Hotel. Era este un trabajo mucho más instrumental y con toques de música dance. En 1999 llegó el doble To Venus and Back, que incluía un disco de estudio y otro en directo.

En Strange Little Girls de 2001 Amos interpretó versiones de los Beatles, Lou Reed o Slayer siempre desde la perspectiva de una mujer. En sus discos experimentaba con diferentes puntos de vista y personajes femeninos, como en Scarlet’s Walk, su siguiente trabajo, donde adoptada la personalidad de la Scarlet del título.

The Beekeeper de 2005 supuso un acercamiento al R&B con canciones de nuevo más autobiográficas en un trabajo conceptual. Volvió a los alter egos en American Doll Posse, donde adoptó cinco diferentes personalidades, mostrando las diversas caras de una mujer. Y en 2009 llenaba de canciones sencillas y desnudas Abnormally Attracted to Sin, un disco que supuso una vuelta a sus orígenes. Night of Hunters de 2011 recuperaba su pasión por clásicos como Satie, Chopin o Bach mientras narraba el desmoronamiento de una pareja y la búsqueda que el personaje femenino iniciaba para encontrarse a sí misma a raíz ello.

En Gold Dust de 2012 revisitó canciones de su catálogo acompañada por la Metropole Orchestra. Se cumplía el veinte aniversario de Little Earthquakes. 20 años de éxitos y de exploración del mundo de la mujer, desde el interior, sin miedo y sin pelos en la lengua. Una voz femenina que se transforma un muchas mujeres. Esa es Tori Amos. Sus últimos discos son el dulce y a la vez doloroso Unrepentant Geraldines y las composiciones del musical The Light Princess publicadas en disco en 2015.

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Laurie Anderson

La artista de vanguardia

5 de junio de 1947

Chicago, Illinois

La música nunca fue el objetivo principal de Laurie Anderson. Su entrada en ella llegó por necesidad artística. Sus obras precisaban de una banda sonora y se limitó a crearla en directo e interpretarla mientras contaba sus historias. No tenía tiempo ni intención de grabarlas, pero tras el éxito inesperado del single “O Superman”, Anderson acabó introduciéndose en el mundo de la música. Sin dejar de lado nunca su faceta como innovadora artista multimedia, se convirtió en una de las figuras más importantes del arte de vanguardia, y por ende, del art-rock. Sus obras y sus conciertos son performances artísticas, proyectos multimedia que aúnan música, proyecciones y danza junto al lenguaje hablado y escrito. La palabra, siempre protagonista. La palabra, siempre presente. Su obra gira en torno a ella y su música también.

Laurie Anderson estudió violín durante su adolescencia. Con veinte años abandonó su Chicago natal para mudarse a Nueva York y estudiar historia del arte en el Barnard College. Acabó su carrera en 1969 y en 1972 obtuvo su máster de Bellas artes en Escultura por la Universidad de Columbia. Tras su paso académico, empezó a enseñar historia del arte y arquitectura egipcia. Ese mismo año hizo su primera performance, Automotive. En ella dirigió una orquesta de bocinas de coches de los residentes de Vermont, lugar donde se realizó la representación. A pesar de estar enseñando arte clásico, sus performances eran tremendamente experimentales, situándola como una de las artistas pioneras del formato multimedia. Empezaba a hacerse un nombre en el círculo de vanguardia en la Nueva York de finales de los setenta y principios de los ochenta.

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Fue su productora y también guitarrista Roma Baran la que la convenció para que usara una de las canciones de sus performances para grabar un single. Así nació en 1981 “O Superman”. Una canción de 8 minutos, medio cantada medio hablada con su voz a veces distorsionada digitalmente junto a un loop de “ahs” cantados hasta el infinito. Un tema tremendamente innovador y poco comercial que, para sorpresa de todos, se convirtió en un éxito en Inglaterra. Gracias a ello, consiguió un contrato con Warner Bros para publicar su primer disco en 1982, el aclamado Big Science. Un trabajo surgido de una de sus performances de más de siete horas, United States.

Big Science le abrió a Anderson las puertas de la comunidad rock, un disco que retrata la sociedad americana o las difíciles relaciones entre sexos. Y lo hace como mejor sabe hacer la artista, desde su papel de narradora de historias. Laurie Anderson no es precisamente una de esas cantantes masivas cuyos discos se venden por millones, pero su calidad como representante del arte de vanguardia la ha situado en una posición privilegiada, granjeándole numerosos y fieles seguidores dentro del rock más experimental.

En 1984 publicó Mister Heartbreak junto a Peter Gabriel. También vio la luz ese año United States Live, una grabación de la performance que dio forma a su primer disco. Sus siguientes proyectos la llevaron al cine con Home of the Brave, un directo que ella misma dirigió y la banda sonora del film de Jonathan Demme Swimming to Cambodia. No volvió a grabar hasta 1989 con Strange Angels. Los siguientes años la mantuvieron apartada de la música y centrada en sus performances hasta que en 1994 publicó junto a Brian Eno y Lou Reed, Bright Red. Con este último se casaría en 2008 formando una de las parejas más interesantes e idiosincráticas del rock. Desde entonces ha publicado discos de forma irregular, prestando más atención a su carrera como artista.

Homeland, es uno de sus últimos trabajos destacados, publicado por Nonesuch en 2010. Sus performances la mantuvieron ocupada hasta 2012 cuando se retiró para cuidar a su marido enfermo. Tras la muerte de Reed en 2013 volvió al trabajo con la película Heart of a Dog, un sentido retrato de la pérdida dedicado a la muerte de su perro y cuya banda sonora también publicó en 2015.

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Fiona Apple

La rabia del piano

13 de septiembre de 1977

Nueva York, Nueva York

Como hizo Tori Amos, Fiona Apple llevó el piano al terreno del rock alternativo. Y además lo hizo con sus canciones llenas de furia, rabia y dolor desatado, con letras crudas y dolorosas en las que no tenía miedo a desnudarse. Es difícil etiquetar a esta artista que ha sabido convertirse en figura de culto en poco tiempo. Su música tiene rock pero también un toque jazz en sus melodías y en su forma de cantar que hace de la mezcla algo único y explosivo. Su disco debut fue un éxito sin precedentes. Un trabajo provocador que le ha reportado el respeto de la crítica y del público.

Hija de la cantante Diana McAfee y del actor Brandon Maggart, parecía que Fiona Apple estaba destinada a la música. Con 12 años ya tocaba el piano y escribía canciones. Muchas de ellas eran una válvula de escape y le sirvieron para intentar exorcizar la traumática violación que había sufrido. Con 16 años dejó el instituto y se marchó a Los Ángeles. Quería dedicarse a la música. Gracias a una demo, Sony Music la fichó en 1995. Un año después publicó su sorprendente debut, Tidal. Un disco que demostraba su talento vocal, con una amplia variedad de registros. Su rica voz era la protagonista del álbum que le valió su primer Grammy y la convirtió en toda una figura de culto.

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En When the Pawn Hits The Conflicts He Thinks Like a King... de 1993 Apple continuó explorando los caminos de la experimentación, creciendo como compositora. Con este disco no consiguió tanto éxito pero si que su reconocimiento como compositora creciera. Era un álbum redondo que constataba el talento de una artista que apenas contaba con 22 años. Su siguiente trabajo sería para la banda sonora de la película Magnolia del director Paul Thomas Anderson, con el que salía en aquellos momentos.

Seis años tardó en publicar su siguiente disco, Extraordinary Machine, el mejor de su carrera. Muchos fueron los rumores que corrieron por entonces. Su perfeccionismo hizo que rechazara las grabaciones que había hecho con el productor John Biron que cambió por Mike Elizondo. Por desgracia, las grabaciones originales se filtraron en internet causando aún más rumores y polémica. Extraordinary Machine vio por fin la luz en 2005 tras circular por internet durante años.

The Idler Wheel Is Wiser Than the Driver of the Screw and Whipping Cords Will Serve You More Than Ropes Will Ever Do fue su tercer disco y el más desnudo. Una vuelta a sus inicios. Se centró en el sonido de su magnética voz y el piano. Aunque no es un disco de fácil escucha, consigue atrapar al oyente. Lo publicó casi siete años después de su anterior trabajo. Exhausta tras sus problemas con Extraordinary Machine, decidió tomar las riendas de este tercer disco y producirlo ella misma junto a su batería, Charley Drayton. Minimalista y sin adornos pero preciosista y delicado, este trabajo sirvió para demostrar que había alcanzado la madurez como compositora.

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Babes in Toyland

El grito rabioso del grunge

1987-2001

Minneapolis, Minneapolis

Quizás lo que más caracteriza el sonido de Babes in Toyland es el grito desgarrado de su cantante Kat Bjelland, no tenía porque ser un grito de rabia, también podía ser de alegría, euforia o frustración. Pero ese grito, marcó un punto de inflexión en el sonido al que otras bandas femeninas nos tenían acostumbrados. Junto a L7 o Hole, Babes in Toyland se erigieron en pioneras del grunge. Con sus vestiditos de niña buena, Bjelland y compañía se subían al escenario para ofrecer un rock crudo y guitarrero.

Kathy Bjelland nació en 1963 en Oregón donde fue criada por sus padres adoptivos. Su infancia no fue fácil y a menudo sufría abusos físicos y mentales, algo que sin duda marcó las letras de sus futuras composiciones. Después del instituto fue a la universidad por un tiempo y tocó la guitarra eléctrica en la banda de surf de su tío, The Neurotics. Se mudó a Portland y empezó a trabajar como stripper para ganarse la vida. Fue allí donde conoció a Courtney Love. Ambas querían formar una banda, así que junto a Jennifer Finch (L7) crearon Sugar Baby Doll, aunque el grupo tendría una vida bastante corta.

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Hasta que no conoció a Lori Barbero en 1987, Babes in Toyland no nació como grupo. Ambas estaban hechas para tocar juntas. Barbero no tenía mucha idea de tocar la batería pero se lanzó a ello sin pensárselo demasiado. Bjelland se encargó de las voces y la guitarra. Poco después Michelle Leon se les unió al bajo. En 1989 publicaron su primer single “Dust Cake Boy”. En 1990 firmaron con el sello Twin/Tone que sacó su primer disco, Spanking Machine. Pronto su potente sonido llamó la atención de Sonic Youth que se las llevó como teloneras de su gira por Europa en 1991, algo que las ayudaría a abrirse camino. Su música tenía un sonido desgarrado pero una fuerte presencia femenina en sus letras, en sus canciones y en su puesta en escena en directo. Su siguiente trabajo fue un EP, To Mother, que recibió muy buenas críticas y fue todo un éxito en las listas independientes, sobre todo en Inglaterra. Poco después firmaron con Reprise.

Leon dejó la banda en 1992 cansada de las largas giras y tras la muerte de su novio. Joe Cole, roadie de Black Flag, era asesinado en Los Ángeles mientras él y Henry Rollins eran atracados. Maureen Herman la sustituyó a tiempo para grabar Fontanelle, producido por Lee Ranaldo de Sonic Youth. Su mejor trabajo, Fontanelle era un disco crudo y directo, sin concesiones. Incluso ellas mismas se sorprendían que una major quisiera publicarlo. El álbum incluyó su single “Bruise Violet”, una canción aparentemente contra Courtney Love con un vídeo dirigido por la artista Cindy Sherman. El vídeo apareció en el programa de la MTV Beavis and Butt-Head, lo que les dio más fama y repercusión mediática.

En 1993 publicaron el EP Painkillers y se convirtieron en la única banda femenina en el cartel del festival Lollapalooza. Aunque este festival les acercó a otros públicos, no supieron aprovechar el éxito del momento. Tardaron dos años en sacar su siguiente disco Nemesisters de 1995, un trabajo más experimental al que parecía faltarle la rabia de sus anteriores trabajos.

En 1996 la banda se tomó un respiro y Bjelland formó Katastrophy Wife junto a su marido Glen Mattson. Babes in Toyland se han juntado esporádicamente durante los últimos años, en 2014 fue su última reunión para una gira que incluyó su incendiario paso por el Primavera Sound 2015.

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Joan Baez

La voz de la revolución

9 de enero de 1941

Staten Island, Nueva York

Ella fue la voz del folk de principios de los sesenta, pero también se convirtió en la imagen de la canción protesta y de la lucha incansable por los derechos humanos. Sus canciones fueron evolucionando a la par que su compromiso político, denunciando la segregación racial, las listas negras, la guerra de Vietnam o lo que hiciera falta. No hay causa en la que esta mujer combativa no se haya visto envuelta desde sus primeros años. Respetada como cantante y figura del género, ella fue la persona que le abrió las puertas del folk y del estrellato a Bob Dylan. Una mujer tremendamente influyente para todas las que vinieron después.

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Aunque nació en Staten Island, Joan Baez vivió sus primeros años trasladándose de una ciudad a otra a causa del trabajo de su padre. De adolescente descubrió las enseñanzas de Gandhi y empezó su camino en la lucha contra las injusticias del mundo. Ya en 1957 era protagonista de un acto de desobediencia civil negándose a abandonar su instituto durante un simulacro de ataque aéreo. Mientras, la música se convertía en una presencia constante en su vida. Aprendió a tocar la guitarra y el ukele, cantaba en el coro de su escuela, escuchaba a The Weavers u Odetta y cuando se mudó con su familia a Boston, se unió a la floreciente escena folk de la ciudad. Habitual de las hootenannys, su voz clara se ganó el favor del público desde el principio, recuperando canciones tradicionales.

En 1959, el cantante Bob Gibson la invitó a debutar en el Newport Folk Festival, juntos cantaron dos canciones “Virgin Mary Had A-One Son” y “We Are Crossing Jordan River”. Su éxito fue tal que Albert Grossman quiso ficharla iniciando negociaciones con Columbia. Joan Baez prefirió seguir su propio camino, por eso, rechazó la propuesta de Grossman y firmó con Vanguard. Era el único sello que se atrevía a publicar a sus amados The Weavers, a pesar de que tres de sus miembros estaban acusados de comunistas y condenados a engrosar las listas negras de la cruzada anticomunista de McCarthy.

En 1960 publicaba su primer disco, Joan Baez, que se convirtió en uno de los discos de folk más vendidos hecho por una mujer. Obtuvo seis discos de oro. A sus éxitos musicales también se unía una imagen inusual, casi poco glamourosa, que centraba la atención en su música y no en su apariencia física. En aquella época, las listas estaban plagadas de mujeres llenas de kilos maquillaje, pelucas y vestidos vistosos, pero Baez salía al escenario con la cara limpia, el pelo liso y natural y una sencillez rayana en lo espartano. La revista Time la colocó en su portada, mientras su música evolucionaba de los temas más tradicionales del folk hacia la canción protesta. En 1963 y tras publicar sus exitosos Joan Baez Vol.2 y Joan Baez in Concert introdujo a Bob Dylan en la escena folk. Ella le abrió las puertas de la fama invitándolo a tocar en el Newport Festival. El resto es historia. La reina y el rey del folk protesta habían hecho su aparición.

La música de Joan Baez fue reforzando su mensaje de compromiso durante la década de los sesenta y se convirtió en uno de los pilares fundamentales de su carrera. Tocó en locales solo para negros con tal de fomentar la integración en el Sur, participó junto al Dr. Martin Luther King en la famosa marcha de Washington en agosto de 1963 cantando “We Shall Overcome”, se negó a actuar en programas de televisión que prohibían las actuaciones de Pete Seeger por estar en la lista negra, estuvo en la cárcel por protestar contra el reclutamiento obligatorio durante la guerra de Vietnam e incluso visitó Hanoi. A finales de los sesenta y principios de los setenta empezó a escribir sus propias canciones y sus discos se acercaron más hacia el pop rock, Diamonds & Rust de 1975 es un buen ejemplo de ello. Uno de sus mejores discos y uno de sus trabajos más personales. No hay duda de que Joan Baez es una de las figuras preeminentes de la música folk pero también una de las cantantes más comprometidas. Su aportación, no solo musical, ha dado un nuevo significado a lo que hoy entendemos como música popular en los EEUU.

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LaVern Baker

La condesa

11 de noviembre de 1929 – 10 de marzo de 1997

Chicago, Illinois – Nueva York

Una de los primeros nombres que vienen a la cabeza cuando se habla de los inicios del rock y se piensa en voces femeninas es sin duda el suyo. Su mezcla de jazz, R&B y blues supondría un paso decisivo hacia el rock. Siendo sobrina de Memphis Minnie, no es extraño que LaVern Baker acabara en el mundo de la música. Su siempre seductora y versátil voz cautivó al público y le dio la fama. El misterio rodeó a esta excelente cantante durante años. Nunca quiso ser encasillada y supo mantenerse fiel a lo que quería cantar, sin importarle las modas.

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Antes de ser LaVern Baker, se llamó Delores Williams, pero también Bea Baker o Little Miss Sharecropper. Nunca confirmó su verdadero nombre. Empezó a cantar con 10 años y con 17 ya tenía un contrato con el Club DeLisa de Chicago. En 1953 firmó con la discográfica Atlantic y facturó su primer gran éxito, “Soul On Fire”. Le seguirían muchos más. Sus temas sonaban habitualmente en los shows del famoso DJ Alan Freed y participó en varias películas dedicadas al rock and roll junto a él como Rock, Rock, Rock y Mr. Rock & Roll. Tras una década de éxitos, dejó Atlantic para publicar brevemente con Brunswich Records. No quiso que la consideraran una cantante de género y siempre huyó de la etiquetas. Era cantante y punto. Tenía una voz incendiaria y profunda que imprimía a todas las melodías que cantaba la emoción de alguien que lleva la música grabada en el adn.

A finales de los sesenta Baker fue a entretener a las tropas en Vietnam y desapareció del mapa durante casi dos décadas. Mucho fue lo que se especuló, pero nadie sabía que había sido de ella. Lo cierto es que una grave enfermedad la mantuvo hospitalizada. El médico le recomendó un clima cálido y decidió que su siguiente destino sería Filipinas. Allí se quedó hasta los años ochenta, cantando en clubs y hoteles y luego dirigiendo el local musical de la base americana. No parecía tener ganas de volver, tampoco le hacia falta. Estaba a gusto, se ganaba la vida con lo que le gustaba: la música. Nada más importaba.

Poco podía imaginarse Lavern Baker que alguien seguiría teniendo interés en ella después de tantos años. Pero si no lo sabía, le quedó claro cuando volvió a los Estados Unidos para participar en el aniversario de Atlantic. Para ella, fue la época del redescubrimiento. Su popularidad volvió a florecer, su voz seguía ahí, intacta y poderosa. Broadway la acogió en su seno y sustituyó con éxito a Ruth Brown en el musical Black and Blues. Ella fue una gran diva y siempre será recordada por su voz seductora y un alma llena de fuego.

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Courtney Barnett

La nueva voz del indie rock

3 de noviembre de 1987

Sidney, Australia

Una de las voces más prometedoras del indie rock actual es esta australiana que cuenta a sus espaldas con apenas un disco y dos EPs. No hay duda de que Courtney Barnett llegó como un soplo de aire fresco en 2012 cuando debutó con su primer EP, I’ve Got a Friend Called Emily Ferris, toda una sorpresa en la escena australiana. Su siguiente EP y su primer largo han servido para confirmarla como una de las promesas de la música independiente.

Courtney Barnett nació en Sidney pero se crió en Tasmania, donde sus padres se mudaron cuando era adolescente. Cuando tenía 20 años decidió trasladarse a Melbourne, una ciudad con una escena musical mucho más interesante que el pueblo donde habían decidido asentarse sus padres.

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Después de tocar con varias bandas y en solitario, Barnett decidió autoeditar su primer EP I’ve Got a Friend Called Emily Ferris en 2012. Su mezcla de garage rock y folk causó sensación en su Australia natal. Un año después publicaba su segundo EP How to Carve a Carrot into a Rose. Ambos trabajos se reeditarían más tarde conjuntamente como The Double Ep: A Sea of Split Peas.

Pronto Barnett dio el salto internacional, la prensa empezó a tomar nota de su debut y se la consideró una de las revelaciones musicales de 2013. Poco después fue invitada a participar en el CMJ Music Marathon de Nueva York. En 2015 llegó su primer y aclamado disco Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit. Un disco repleto de canciones que son un sentido retrato del mundo que le rodea y que la confirman como una gran compositora en ciernes.

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Pat Benatar

La primera voz del hard rock

10 de enero de 1953

Brooklyn, Nueva York

Ella fue una de las grandes voces femeninas del rock en los ochenta, su potencia vocal le facilitó cambiar de registro con soltura pasando del rock duro a la balada melódica o el pop-rock. Sus vídeos eran de los más emitidos en los inicios de MTV. Pat Benatar supo representar con su actitud el papel de chica dura y su música reflejó ese aspecto de su personalidad. Sus directos así lo atestiguan. Su voz rasgada ayudó a crear su sonido característico, algo que le valió ganar varios premios Grammy durante cuatro años consecutivos en los ochenta. Y aunque posteriormente no tuvo tanta presencia como en esos años, es indudable el papel que ha tenido como cantante en el rock.

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In the Heat of the NightCrimes of PassionPrecious TimeGet NervousLive from EarthTropicoSeven the Hard WayWide Awake in Dreamland