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Primera edición digital: marzo 2017
Imagen de la cubierta: Miryam Anllo Vento (DiLab)
Mapa de Irán: Wikimedia Commons
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Edición: Blas Cabanilles y Juan Fernández Rivero
Revisión: Juan Francisco Gordo

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Valentín Carrera
© 2017 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17023-27-0

Valentín Carrera

Mayo iraní

«No cabe coacción en religión».

Corán (2:256)

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Cita
  5. Nota previa
  6. 1. Antes de partir
  7. 2. Salir del ombligo
  8. 3. Viajando con la Divina Providencia
  9. 4. Al encuentro de Mesopotamia
  10. 5. Un alma persa atrapada en un cuerpo árabe
  11. 6. Seis mil años de Historia
  12. 7. En Persépolis, rediseñando la Providencia
  13. 8. La historia reciente: del Sha eunuco al último Sha
  14. 9. Las cosas no son como imaginamos
  15. 10. Entender al Otro y a la Otra: la imposición de la fe
  16. 11. La piedra de la paciencia
  17. 12. La transición en marcha
  18. 13. El mago del Sha
  19. 14. Fútbol con un turco en Teherán
  20. 15. La nueva primavera persa
  21. 16. Las mil noches y una noche
  22. Quiero volver a Irán
  23. Bibliografia
  24. Mecenas
  25. Contraportada
Mapa Irán

Nota previa

 

La transcripción de términos persas o árabes, históricos o actuales, no es unívoca. Los manuales universitarios, la Real Academia Española o los medios de comunicación no coinciden, ya sea por anacronismo, por desconocimiento o sobreactuación. Resulta más exótico Gengis Khan que Kan (del farsí jan, príncipe, amo), Allah en vez de Alá; imám por imán y Muhammad por Mahoma. Palabras como saría (sharia, ley islámica) o fetua (fatwa, decisión de un muftí o jurisconsulto) son neologismos recientes, ante los que vacilan el periodismo y la Academia.

Nuestro criterio desborda la ortografía como convención y es intencionado: trata de «normalizar» haciendo familiar lo extraño. Escogemos siempre que es posible la forma más próxima al sonido y a la grafía castellana: Alá, Kan, imán, Mahoma, saría, fetua, muftí, etc.; así como islam e islamismo, sustantivos comunes que no requieren mayúscula, como tampoco cristianismo o marxismo. El énfasis estorba: si escribimos en cursiva «Majlis» (parlamento iraní, también transcrito «Maŷles»), deberíamos poner en cursiva Bundestag, Generalitat o Foreign Office. Necesitamos sentir empatía ortográfica como primer paso para construir un relato equilibrado.

Cuando no seguimos el criterio de la RAE y/o Fundéu, escogemos por analogía, por sentido común e incluso por nuestra cuenta, como en «sha». La voz admitida es «sah», del inglés shah (del persa šāh, «rey», rey de Persia o del Irán); pero hemos preferido la forma inglesa, castellanizada como «sha», popularizada en la prensa del corazón o en el título de Kapuściński, El Sha. Es voz común, con minúscula, si acompaña al nombre propio: el sha Darío I o el sha Reza Pahlaví, como el rey Felipe, el imán Jomeini, el papa Francisco, todos por el mismo rasero democrático. El abuso de títulos mayúsculos (Generalísimo Franco, Emperador Adriano, pero Cleopatra a secas) también contiene una profunda carga ideológica.

Hay traducciones imposibles: un imán no es un cura ni un ayatolá un obispo, como tampoco un cocido gallego es igual a un cuscús. En los medios de comunicación se abusa de palabras que difícilmente sabríamos definir: islamista, yihad, yihadista, salafista, chiitas, sunitas, sufismo, wahabismo…, oídas al vuelo en un telediario, en mitad de una noticia que contenga elementos de guerra o violencia, todas se graban en el subconsciente del espectador con una carga semántica negativa. Salir de esta inercia requiere un esfuerzo ortográfico y semántico para intentar redefinir a cada paso conceptos apolillados y lugares comunes: si el lector o lectora no desea hacer este esfuerzo, puede dejar aquí su lectura.

1. Antes de partir

 

El viaje es siempre, siempre, necesariamente, una invitación a la humildad, salvo que seas un turista insensible, ciego, sordo y mudo y vayas en tu nave espacial sin mojarte ni mancharte.

La parálisis que nos produce el miedo a lo desconocido, que ahora es un miedo inducido y provocado por el sistema acción-reacción-bombardeo, debe ceder su asiento a la sonrisa y a la confianza. La confianza básica y elemental en el ser humano. Al partir de Compostela —la ciudad donde está enterrado el mártir judeo-palestino Santiago de Betsaida, apóstol del chiismo jacobeo—, todo son avisos y precauciones: «¡Cuidado con el terrorismo, con los moros, con el islam!», dicen las personas cercanas, familiares y amigas, cuya buena intención no se cuestiona.

«¡Cuidado en la aduana! A un reportero francés los barbudos armados le requisaron un billete de 100 francos en el que aparece la imagen de la victoria, a la que recortaron los pechos desnudos», advertía en 1980 Manu Leguineche.

¡Cuidado con todo!, es el imaginario que nos han construido a base de películas del agente 007 y de Tom Cruise: el malo, con pinta de árabe, afgano o ruso, zafio y sucio, malo muy malo, siempre es torpe y nos amenaza con un misil nuclear; el bueno, occidental, guapo, limpito, recién afeitado y seductor es nuestro salvador, el único capaz de desviar el misil en diez segundos. James Bond: tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.

¿Cuánto daño han hecho estas películas cizaña, estos relatos sin matices, burdos, de pata de banco?, pienso, mientras subo la escalerilla del avión, con la mente en mi nuevo destino: Teherán.

Al partir de la tumba palestina de Compostela, faro de la cristiandad, todo son prevenciones, ¡miedo sobre miedo!; y sobre la ignorancia, más miedo aún, sembrado por manos suicidas.

¿Has dicho que vas a Irán? Antes de partir he visto con el cantautor palestino Marwan la película de animación infantil Monstruos S.A.: los monstruos captan energía asustando a los niños y niñas, hasta que observan que la alegría produce mucha más energía que el miedo y entonces comienzan a generar risas. Decido dejar el miedo en casa y viajar en busca de alegría y energía positiva.

¿Has dicho que vas a Irán? ¡Qué más da! Unos han entendido Irak; otros, Siria: «Ten cuidado que están en guerra; acaban de liberar a tres periodistas secuestrados durante un año. A ver si te va a pasar a ti lo mismo…»; otros han entendido Bosnia o Afganistán. No hay matices ni interesa detenerse a comprender. Deploro la indiferencia hostil ante lo desconocido, la pereza mental. ¿Has dicho Irán?, ¿el de Saddam Hussein?, ¿has dicho terrorismo? No. He dicho conocer, comprender y compartir, los verbos que debemos conjugar en cada viaje, mi santo y seña como ciudadano del mundo: viajar para ver, ver para comprender, comprender para compartir.

—Viajo a Persia, mamá.

—Ah, la de Farah Diba y el Sha…

Persia o Irán: no importa en qué punto de su historia, la más larga de un país sobre la Tierra, este territorio dejó de llamarse Irán y comenzó a ser llamado Persia. Y al revés: Irán, la tierra de los arios —escribe el historiador Bernard Lewis— es el nombre aplicado allí durante milenios, mientras que Pars —de donde procede Persia— designa una provincia suroccidental de Irán, a orillas del golfo. El mundo clásico y occidental aplicó la parte al todo (como Castilla se adueñó del topónimo España o Inglaterra de Gran Bretaña). En 1935 el sha Pahlaví cambió el nombre oficial y Persia pasó a llamarse Irán, recuperando en cierto modo su origen.

La tierra sedienta de Ciro, Jerjes y Artajerjes, la de Alejandro Magno y Marco Polo, la de Gengis Kan y Tamerlán, la de la princesa Soraya y la reina Farah Diba… Ya todo está más claro y se diría incluso que la amenaza terrorista ha amainado porque los persas eran nuestros amigos en los tiempos de Franco, cuando los príncipes don Juan Carlos y doña Sofía alternaban de fiesta en fiesta en las portadas del Hola. Ahora, en la España marbellí y en la prensa de las vísceras, hemos cambiado al admirado Sha por la magnanimidad de los emires saudíes, esos ricos asesinos de los derechos humanos, con cuentas en Ginebra, yates en Marbella y harén medieval.

Pero como el sha Reza Pahlaví no era árabe, sino persa, generaba menos desconfianza; a la inversa, el iraní ambulante, vendedor de genuinas alfombras persas, es llamado despectivamente moro entre nosotros. Es la simpleza del imaginario jamesbond que confunde iraníes, árabes, afganos, chiitas, saudíes, sirios, palestinos, mahometanos, todos terroristas. Una torpeza infinita, pero muy eficiente. El miedo es el motor. Da igual embrollar países, culturas, lenguas, etnias, pueblos o religiones: con el trazo grueso de la TV todo es una amenaza exterior, una bomba en potencia. Si alguien se relaja y baja la guardia, el telediario matinal, el de mediodía y el vespertino le refrescarán la especie venenosa:

—Nuevo bombardeo en Aleppo…

—Me voy a Irán. Quiero decir, a Persia.

Lo proclamo en voz suave y con una sonrisa ancha, sin miedo y sin jactancia. Con la humildad de quien sale de casa consciente de sus límites, dispuesto a escuchar y aprender.

Al regresar

El viaje a Irán abrió en mi mente el arca de Noé, el cuerno de la abundancia y la caja de Pandora, activó como un resorte decenas de lecturas asimiladas durante cuarenta años; libros, reflexiones y viajes por el Mediterráneo y Oriente Medio. A medida que iba desgranando notas y nuevas páginas, Irán despertó en mi interior la necesidad de escribir un ensayo que comenzó a ser obsesivo. Demasiadas preguntas sin respuesta. Fue así como nació Mayo iraní: la primavera persa.

He enviado las primeras páginas a mis anfitriones en Teherán y su respuesta me ha llenado de tristeza: «Tú no quieres volver a Irán». Eso me han dicho, sabiendo que estoy abducido por Persia y sus poetas de azafrán, enamorado de la dulce Persépolis, que volvería a sus brazos mil y un amaneceres de vino y rosas. Con pena, he cambiado los nombres de mis anfitriones, pues hay personas que corren peligro de ser sancionadas o perjudicadas en sus vidas profesionales. Esta precaución es el primer trazo grueso en la radiografía de un país, aunque sería más exacto decir continente, que observadores dentro y fuera consideran a punto de ebullición. Este ensayo se titula Mayo iraní: la primavera persa, porque, así como hemos conocido las fallidas o abortadas primaveras árabes, una explosión floral de libertades se avecina en Irán. Un país en transición, y no quisiera confundir molinos con gigantes ni edulcorar la realidad con mis deseos.

Me ha escrito llorosa Tahereh:

Tú no quieres volver a Irán, ¿por qué te empeñas en hablar de política? Sería mejor que hablaras de un país joven, que se encuentra en un reto entre la globalización y su propia cultura; que lucha por mantener sus tradiciones persas e islámicas al tiempo que se ha adaptado a la modernidad. Sería mejor romper un poco la propaganda negativa contra Irán, dejar de lado la política y hablar de unos jóvenes a los que nos gusta la música, estudiar, vestir a la moda o chatear. Habla también de un país que lucha por mantener una revolución.

Y concluye:

No te pido un ensayo a favor del Estado iraní, pero ya ha habido un montón de artículos, libros y documentales hablando sólo de política y del velo, como si no hubiera otra cosa en mi país, y ninguno ha podido ayudarnos en algo.

Dejo aquí sus heridas palabras para la reflexión.

El orgullo persa

«Irán tiene mala reputación, pero es el país más amable que he cruzado en mi viaje», dice Bradley Mayhew, autor del documental Marco Polo Reloaded. La socióloga del mundo islámico Gema Martín Muñoz comparte el diagnóstico:

La reducción de Irán a poderosos clichés mediáticos resumidos en la omnipresente foto de mujeres envueltas en chador negro, atravesando las calles de Teherán como símbolo de la naturaleza regresiva de una República de mollahs, ha ocultado al gran público las intensas dinámicas económicas, políticas y sociales que estaban teniendo lugar en este gran país que se aproxima a los ochenta millones de habitantes.

Evitemos todo reduccionismo. Cuando la política domina la escena, los matices, el arte, la cultura y las personas hacen mutis por el foro. El poder monopoliza el discurso: ningún visitante de Irán puede esquivar la cuestión del velo impuesto a millones de mujeres, símbolo de la condición subordinada de las mujeres bajo la cúpula del patriarcado islamista (la obligatoriedad del chador no figura en el Corán ni en la Constitución iraní); tampoco podemos ignorar la violación de derechos humanos.

Sin perder de vista esta realidad sombría, quiero enfocar las zonas invisibles, pero brillantes, de un país mágico. Merece la pena repensar Irán despojándonos del discurso occidental, que no es inocente. Declinar la presunta superioridad para mirarnos a los ojos sin miedo, de igual a igual.

La segunda reflexión que me inspiran las palabras de Tahereh es su orgullo iraní. Nadie entre nosotros —ni siquiera la Marca España, acoquinada en sus espacios clientelares— levanta la mano para decir: «Oiga, no hable mal de España, no hable sólo de la corrupción y de los recortes en educación, proyecta usted una imagen deformada; tenemos muchos valores positivos, solidarios, ¿por qué se empeñan en hablar sólo de política?». No es cuestión de auto-odio; la diferencia que percibo radica en la convicción: el orgullo persa es transversal a toda la sociedad, y de modo muy especial a la vigorosa diáspora iraní, ya sean emigrantes o exiliados políticos, muchos abominan de la dictadura islámica, pero en la cabeza y en el corazón no confunden este régimen concreto y pasajero con su inmenso y añorado país. Mi amigo Yavad, informático casado en España, tiene pocas simpatías islamistas, pero tampoco me deja proyectar una mala imagen de su país: «Claro que podrás volver. Salvo que salgas mañana en televisión blasfemando contra Jamenei. No tendrás ningún problema para volver y, además, iremos juntos», añade con orgullo.

Cuando Tahereh y Yavad me piden que hable bien de su tierra, es el reverso de una medalla que lucen en su pecho orgullosos: «Welcome to Iran! ¡Bienvenido a nuestro país!». No sé cuántas veces usted, lector o lectriz españolísima, se ha parado en la calle ante un visitante, ante un extraño (mejor si es sudaca, negro o moro) y le ha casi abrazado, desde luego le ha acariciado con una sonrisa y le ha dado la bienvenida a España. Pregúntese cuántas veces le ha dado usted las gracias, estrechando la mano, a un visitante por haber escogido Murcia o Pontevedra como destino y le ha pedido una foto, con su bebé en brazos, y le ha vuelto a dar las gracias con la sonrisa franca y el corazón de par en par.

El hilo que enhebra perlas

Antes de entrar en materia, mi agradecimiento a los autores y autoras que nos han precedido: caminamos, escribimos a hombros de gigantes. Mis lecturas han sido desparramadas, inconexas, bulímicas y anoréxicas a la vez. Los amantes de los libros sabemos que son ellos quienes nos llaman, nos invitan, nos seducen. Nos atrae una portada, nos distrae un encargo, nos roba el tiempo un regalo de cumpleaños, y no podríamos explicar por qué aquella lectura y no otra. Sin embargo, a veces se produce un milagro y unas páginas perdidas cobran sentido, un libro cubierto de polvo da saltitos en la estantería y toma vida, unos párrafos olvidados se iluminan. Algo así, con una intensidad desconocida, me ha pasado con Irán: sin buscarlo, he encontrado un hilo que vertebra mis lecturas importantes de los últimos cincuenta años.

La primera en la Escuela Preparatoria, previa al Instituto, Flor de leyendas, de Alejandro Casona, autor censurado, que vivió décadas en el exilio argentino. Es posible que mi mentor de Preparatoria, don Paco Oviedo, fuera uno de aquellos maestros represaliados, pero nunca pude romper su silencio. En todo caso, era un buen educador, capaz de leer con sus alumnos de nueve años Nala y Damayanti, El Anillo de Sakuntala, fragmentos adaptados para niños del Ramayana y Las mil y una noches, pero también La Ilíada, Los Nibelungos, Guillermo Tell y el Cantar de Roldán. Y El Quijote.

«Las crónicas de los antiguos reyes de Persia cuentan que hubo en otro tiempo un sultán de aquella poderosa dinastía, llamado Schariar, amado por su sabiduría y su prudencia y temido por su valor y el poder de sus ejércitos». Cuando tienes nueve años, este comienzo se graba indeleble en la memoria.

Con eso, una generalidad sobre Mesopotamia y un par de líneas bélicas sobre Alejandro Magno, se acabó cuanto aprendí acerca de Persia en veinte años de enseñanza primaria, secundaria y terciaria. He recontado las ignorancias acumuladas durante el bachillerato y la universidad, incluidos veintitantos cursos de verano: un erial. Fuera me esperaban las lecturas verdaderas: aunque compré el manual durante la carrera, en 1976, tardé veinte años —los libros saben esperarnos— en abrir y leer las Lecciones de Historia Universal de Hegel; y veinte años después, el hilo de seda persa ha enhebrado aquellas páginas en este ensayo, dando sentido al País de la Luz.

Luego vinieron Italo Calvino y Las ciudades invisibles, a las que rindo homenaje, y el Libro de las Maravillas, de Marco Polo; pero también Seda, de Alessandro Baricco, aunque el protagonista esquiva Persia y viaja a través de Siberia: caracteres en tinta china que nos ayudan a dibujar cierto imaginario más fabuloso que real. Leí algún capítulo de Los versos satánicos de Rushdie por solidaridad y porque estaba de moda. El sueño del celta, de Vargas Llosa, porque me lo regaló en los Reyes de enero mi costilla iraní, sin saber que algún día aquel duro retrato colonial iba a iluminar los amplios salones del desierto persa. También leí el cómic Persépolis, de Marjane Satrapi, sin pensar que conocería de cerca a mujeres como sus protagonistas, exiliadas en el interior de su Estado o atrapadas en un chador. Trabajé el texto de Las voces del desierto para escribir un guion sobre la vida y obra de Nélida Piñón, y las sensibilidades que entonces despertó la conversación sosegada con la hermosa escritora gallego-brasileira siguen erizándome la piel con el deseo de una noche y mil noches.

Otra voz femenina y feminista iluminó mis lecturas durante los primeros viajes a Marruecos en 2005: Fátima Mernissi (Premio Príncipe de Asturias, como Nélida) y su ensayo de cabecera Un libro para la paz, alegato sobre la comunicación del que tomo esta nota: «No podemos comunicarnos y dominar al mismo tiempo. Ibn Khaldun pensaba que los árabes no perdieron porque el enemigo fuese superior a ellos, sino porque habían dejado de enseñar a sus hijos el arte del diálogo (muhawara)». En la misma línea de combate leí Identidades asesinas, de Amin Maalouf, y en una perspectiva más polémica y radical, la conversación del poeta Adonis con Houria Abdelouahed, Violencia e islam. Aunque no comparto todas sus afirmaciones, ninguna me ha dejado indiferente.

No es preciso insistir en mi devoción por Ryszard Kapuściński, modelo de periodistas, Los cínicos no sirven para este oficio, a través de quien descubrí a Heródoto, sin que pudiera sospechar que uno y otro se iban a ensartar como perlas y corales en el sedal de Irán. No se ha escrito sobre el Sha ningún libro más lúcido que el de Ryszard, pero el retrato estaría incompleto sin Irán. La revolución constante, de la teheraní Nazanin Armanian y Martha Zein, que reconstruyen la historia reciente del país desde una perspectiva progresista, comprometida con la causa de las mujeres y de la libertad. Suyo es también Islam sin velo.

Hay otras lecturas valiosas a las que he llegado tras el viaje, buscando respuestas a todas las preguntas que volvieron conmigo. El viaje a Persia, de Alfred G. Kavanagh, es una joya delicada. Negro sobre negro, de Ana María Briongos, la visión de alguien que conoce muy bien el país y ama Persia, como también la ama la estudiosa de la literatura de viajes Patricia Almarcegui, con la que aprendemos a Escuchar Irán. Yo no pude, como ella y como Marco Polo, visitar el templo de Zoroastro en Yazd, ciudad con siete mil años de historia, una buena razón para volver…

Debo mencionar algunas monografías valiosas: Bernard Lewis, profesor en Princeton, es un especialista de referencia. Su obra ¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la respuesta de Oriente Próximo es de una lucidez iluminadora, no sólo para comprender Irán, sino el islam y todas las cuestiones que nos traen de cabeza a la Europa protoxenófoba. Irán (2005-2013). De Ahmadineyad a Rohani, de la profesora María Jesús Merinero Martín, es el mejor análisis escrito sobre la Década ominosa del ultraderechista Ahmadineyad, que a punto estuvo de despeñar a su país por el precipicio nuclear.

He perfumado mis lecturas con los Rubayat de Omar Jayyam y Luz del Alma, de Rumi, en la antología del sabio Rafael Cansinos Assens, cuya introducción al «alma irania» es una pieza clásica. Otra expresión de la esencia persa es la novela La casa de la mezquita, epopeya persa contemporánea escrita por el físico y escritor iraní Kader Abdolah, víctima del régimen, exiliado en Holanda.

Pero también he escuchado música iraní clásica y de vanguardia, decenas de podcast con programas de radio sobre la historia del país, como la sugestiva voz de la historiadora colombiana Diana Uribe; y cuanto cine —el inmenso cine iraní— ha caído en mis manos: títulos inolvidables de Kiarostami, Bahman Ghobadi, Marjane Satrapi o del afgano Atiq Rahimi: El sabor de las cerezas, El viento nos llevará, Pollo con ciruelas, Nadie sabe nada de gatos persas, La piedra de la paciencia

Y, en fin, cuando en marzo de 2013 leí en la isla de Sálvora El desierto de los tártaros, de Dino Buzzatti, y escribí en la portadilla: «¡Obra maestra!», no podía imaginar que tres años después, sobrevolando el desierto de los tártaros al regreso de Persia, me sentiría casi un sufí, en paz con el mundo y conmigo mismo, como el comandante Ortiz: «He sabido contentarme. Año tras año he aprendido a desear cada vez menos».

«Nos arrastra de nuevo el río, que parece lento, pero jamás se para…».